Hasta hace poco, la principal forma de que los grandes institutos de investigación obtuvieran la potencia de cálculo que necesitaban para proyectos nuevos o en curso era invertir en infraestructura informática, lo que requería importantes inversiones iniciales y generaba costes informáticos continuos para mantener la investigación.

Al pasarse a la computación en nube, las organizaciones de investigación han descubierto que pueden aumentar su rendimiento informático sin invertir en nuevos servidores físicos ni en infraestructura in situ. Los beneficios de la transición son evidentes: tiempos de publicación más rápidos, análisis de datos sustancialmente más rápidos, un gasto en TI significativamente menor y una mayor colaboración entre los investigadores, todo ello gracias a la mejora del intercambio de datos y la seguridad.

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